MIRADA EN LA MAÑANA


El 1 de Enero es un periodo paradójico, singular: se trata de la noche disfrutada hasta más altas horas, simultáneamente, por un mayor número de personas, y del día más desértico en las calles.  La jornada inaugural de cada año no se ve secundada por otra de características tan pronunciadas y es lógico que así sea, como tributo a la magia con que las expectativas adornan su matemática condición.

Ese silencio de las primeras horas que ilumina un sol normalmente debilitado por el invierno, cuando no, como en el pasado miércoles, clausurado por el abrazo gris de las nubes, pareciera mostrar el deseo del mundo de asistir a su propio estreno. Es como si la naturaleza nos expresara que ella misma se cree esos buenos deseos expresados en las redes sociales, en las palabras que se entrechocan en el cruzar apresurado de las avenidas, en los brindis tras los que surge la vida casi siempre impredecible de un sueño, y desfilara por primera vez sobre la pasarela del planeta.

Caminas por la arena de la playa en torno a las doce del mediodía y te parece observar una naturaleza más virgen, donde las olas, desnudas de barcos, cabalgan con una felicidad infantil, sorprendidas de sí, y las espumas intiman por vez primera con la arena. Hasta crees sentir que tu mirada se alza más limpia, incontaminada de reflejos turbios del pasado, cuyos destellos acostumbran a luchar contra la transparencia que uno indaga en el porvenir. Extiendes las pupilas al horizonte y piensas que muchas cosas, en nuestro interior y, desde luego, en la realidad externa, no sólo deben ser de otra manera, sino que el logro de ese idílico estado resultaría factible.

Indemne a todo lo que le rodea, cada 1 de Enero se erige en una invitación a la esperanza, en una ilusión colectiva cuyo voluntarismo la torna aún más hermosa. Y mientras recorres con los ojos la panorámica del cielo, el derredor entregado al descanso o una aturdida vigilia, acabas convencido de que todo habría de ser más justo y de que ese don, el de la justicia, es el mejor presente que unos viajeros lejanos podrían legarnos, apenas unos días más tarde.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
5 de Enero de 2014


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