LA ARBOLEDA ETERNA


Los actos organizados con motivo del 110 aniversario del nacimiento de Rafael Alberti pasaron con la discreción propia de estos tiempos, en los que todo aquello que tiene que ver con la cultura atraviesa la sociedad y el interés de los medios de comunicación bajo la pátina de un cierto sentimiento de culpa, de modo que aquellos que otrora eran observados como exquisitos diletantes son ya tildados de imperdonables frívolos, excéntricos seres ensimismados en su torre de cristal, ajenos a un mundo que se derrumba en torno.

La profunda crisis económica que padecemos se ha aliado en El Puerto con la idiosincrasia oriunda y su natural tendencia a la autofagocitación, patología que aquí encuentra innúmeras variantes.

La ciudad sigue contando con una Fundación que constituye un magnífico edificio y con el privilegio de ser la cuna de uno de los escritores españoles más importantes del siglo anterior, pero aquí moramos en la paradoja de que quienes ahora se quejan por la presunta falta de glamour de los fastos albertianos son los mismos que tampoco se molestaban en aplaudir las visitas de José Saramago, Antonio Gala, Juan Manuel de Prada o María Dolores Pradera (de hecho, ni siquiera iban), los mismos que nunca se detienen a conocer el legado de Alberti, refugiados en la simpleza de los tópicos.

A estas alturas, por ejemplo, El Puerto sigue sin reconocer oficialmente la figura de María Asunción Mateo, gracias a cuyos desvelos la Fundación es hoy, arquitectónica y dotacionalmente, lo que es, una institución que en cualquier otro enclave que no fuera éste recibiría mucho más apoyo de las distintas administraciones.

Confiemos, al menos, en que pronto Seix Barral publique los dos tomos pendientes de las obras completas, cuyos estudios críticos vienen siendo muy recomendables. Al cabo, habrá que consolarse con que lo fundamental de un escritor, que es su trabajo, pueda disfrutarse, por ejemplo, en el sello de esta compilación genérica. Por fortuna, el papel sigue siendo uno de los soportes que, pese a su frágil apariencia, mejor garantiza la perpetuidad del talento, una arboleda cuyas hojas eternamente se renuevan.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
23 de Diciembre de 2012  

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