DESMONTAJE FERIAL

La visión de los trabajos de desmontaje de la Feria siempre me ha inspirado una sensación melancólica, la percepción de quien observa desaparecer un mundo tan efímero como feliz, construido durante unos días a las afueras de una ciudad para, en cierta medida, olvidar los problemas que se padecen dentro de ella. A veces esa sensación se me adelanta unas horas y despierta cuando las lonas empiezan a clausurar la entrada de las casetas, segando su vida, cuando el crepúsculo del lunes extiende su manto aún rosáceo por las techumbres, cuando los fuegos artificiales se evaporan en el cielo recién oscurecido igual que se desvanece una sonrisa y su eco se lleva la magia de los últimos bailes.

La Feria de Primavera conforma un espíritu que no se observa en otros momentos del año: la voluntad común de la alegría, de lo que se entiende en términos filosóficos populares como pasarlo bien, de compartir lo que nos une sin atender a lo que nos distancia. Pareciera que la Fiesta del Vino Fino fuese una utopía del espíritu, o simplemente la inercia de su camino natural.

Escribió uno recientemente que somos las Ferias que nos quedan. Cuando los farolillos abandonan las alturas para descender a tierra, hasta componer una masa informe, uno se consuela pensando en la edición del próximo año.

Los portuenses volvieron a demostrar que esta celebración forma parte de su código genético y sólo resta confiar en que la crisis económica desaparezca al menos en gran medida para que Las Banderas vuelva a mostrar esa imagen continua de casetas en las que la aglomeración impide entrar, mientras la luz parece tan firme en la noche como durante el propio día.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
13 de Mayo de 2012

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