LEERSE LA PEPA

El mejor homenaje que se puede tributar a la Constitución de 1812 es leérsela. Este es un mensaje tan claro como obvio que se torna imprescindible en los tiempos de superficialidad que nos invaden. La Pepa no es el segundo puente a Cádiz: parece obligado que las conmemoraciones de cualquier tipo acaben erigiéndose en excusa para libar en las arcas de unas administraciones superiores que, de otro modo, se hubiesen mostrado esquivas, pero no conviene perderse en el curso de la Historia.

El texto promulgado por las Cortes Generales el 19 de marzo de 1812, en la coyuntura hostil de un país invadido por Napoleón, uno de esos dementes con que de cuando en cuando nos fustiga la historia, es un documento cuyo contenido (pese a algunos aspectos hoy anacrónicos, como la exigencia de renta anual proporcionada para ser diputado a Cortes o la prohibición del ejercicio de cualquier religión que no fuese la católica) resulta de una modernidad sobrecogedora: la ubicación de la soberanía como un concepto residente en la Nación (recogida en el artículo 3, que nos lleva al 1 de nuestra actual Carta Magna, que la atribuye al pueblo), la obligación de todo español a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado (incluida en el artículo 8, que nos conduce a la progresividad fiscal del 31 de nuestra norma suprema), la garantía judicial del 287 (asimilable al espíritu del vigente 24) o el modo en que se recoge la libertad de expresión del 371 (que nos guía al 20 de nuestra legislación suprema), resultan tan premonitorios que uno no puede sino emocionarse ante la figura de unas personas que, en circunstancias tan trágicas, guardaron una sensibilidad e inteligencia que alumbró nociones del constitucionalismo moderno.

Disfrutemos estos días del estudio de un documento que mañana cumple doscientos años y que proyecta la imagen de Cádiz, efectos benéficos que también disfrutará El Puerto de Santa María, en el marco de una efeméride cuya emoción simboliza aquel artículo 13, donde se estableció una tesis que me parece de una sencillez y elementalidad conmovedoras: que el objeto del gobierno es la felicidad de la nación.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

18 de Marzo de 2012

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