EL ALMA Y EL PAISAJE

Padre, ahora que habitas esa región donde las sombras son blancas, ese espacio invulnerable al tiempo, a la herida de los días, a todo mal, siento que tu mirada me observa con el calor de una mano cómplice, y que, de algún modo, paseas conmigo, sin que yo pueda verte ni tocarte, por entre las calles palaciegas, por los caminos lindantes con el río, por las playas donde tus pies dibujan huellas de invisible espuma.


Los paisajes son siempre un latido del corazón. Uno mira al horizonte y, quizá sin darse cuenta, está viendo algo más que un juego de tonalidades sobre una línea difusa, perdida en la lejanía: por encima de las formas más o menos caprichosas de las nubes, libres en sus caminos, por sobre los matices con que la luz se viste, el infinito es el color de los ojos de otras personas, un color que se adueña de nuestra pupila, tan dulcemente, que creemos ser nosotros quienes seguimos contemplando.


Ahora, padre, que caminas firme por esa tierra inescrutable, mientras el aire se acuna, enamorado, en ti, somos los tuyos quienes quisiéramos retroceder en los años, volver a aquellas mañanas colegiales, a las tardes extensas de la infancia, regresar a la tertulia nocturna, a las fiestas de los martes, la única jornada de tu descanso hostelero, ese día que para tantos era un tránsito en el calendario y que en casa se adornaba de inusitada significación.


Las matemáticas formulan que una ausencia es igual a un recuerdo y a muchas preguntas. Tú entenderás que busquemos, torpemente, en las palabras, ya que sólo conseguimos intuirte, adivinarte, mirar al cielo en pos de una señal. Y entenderás nuestro dolor, puñal que nos torna más humanos. Tú entenderás que tantas cosas que antes te decían son las mismas que ya claman por el destino de tu nombre, entenderás lo difícil que se hace esta columna, donde las líneas se antojan muy estrechas para el sentimiento y uno sufre, más que nunca, ese abismo entre lo que expresan los caracteres y lo que grita la sangre.


Entenderás que aquí quedamos en la orfandad irremediable, cautivos de un pasado que no nos pertenece, perdidos en un presente ajeno, versos que ya nunca pueden componer un poema.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

13 de Noviembre de 2011

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