CAMBIO DE AGENDA


Las agendas telefónicas constituyen un registro peculiar de nuestra existencia y de la ajena y la oportunidad de sus actualizaciones suscita no pocos razonamientos, a veces encontrados.


La profesión periodística es una de las más proclives a la renovación de la agenda: nada más antiprofesional que un listín pretérito, superado por la inercia de los hechos, en el que las responsabilidades laborales no se corresponden ya con los nombres.


De entre la fuente inagotable de sensaciones que produce el visionado de una agenda se incluyen la sorpresa (personas que cambian de cargo público, de partido político o de profesión), la tristeza (por aquellos que fallecen, despidiéndose irremisiblemente de las hojas), la anécdota (dirigentes vecinales que se marchan hastiados o que varían, incluso, su lugar de residencia) o el estupor (cuando la memoria pierde cualquier noción de la identidad de alguien y uno teme haber sido asaltado por alguna enfermedad terrible).


El proceso de decisión por el que unas personas se salvan de las llamas del olvido, mientras otras se condenan al desdén registral, resulta especialmente significativo en la agenda de un periodista, pues de una falta de inclusión en el nuevo listado debiera deducirse que el preterido ya no es nadie públicamente.


Por el contrario, las nuevas entradas demuestran el ámbito universal de la profesión, que puede abarcar desde propietarios de embarcaciones cuyos siniestros las convierten en carne de rotonda hasta conductores de helicópteros que salvan milagrosamente la vida en un aterrizaje forzoso en una calle cualquiera en una tarde canónica de domingo.


Por la misma razón que cada cual es cada cual y sus circunstancias el periodista es él y su agenda, ese instrumento que debe recorrerse con cuidado, pues un repaso raudo levanta un turbión de emociones quizá inconvenientes para el espíritu.


Al igual que dicen que en los últimos momentos de la vida asoma la trayectoria de uno en un resumen digno del realizador más encomiable, el simple hojeo de una agenda acaba depositándonos ante el número de nosotros mismos. Lo peor es que comunique.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

2 de Octubre de 2011

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