ALBERTI Y LA POESÍA
























TODO LO QUE RAFAEL ALBERTI SENTÍA TERMINABA ALZÁNDOSE AL RANGO DE POEMA, POR LO QUE SU OCEÁNICA VIDA SUPONE UN EXCEPCIONAL LEGADO LITERARIO CUYO VALOR MERECIÓ UN PREMIO NOBEL QUE NUNCA LLEGÓ

Toda obra poética, casi por definición, camina íntimamente ligada al itinerario personal de quien la firma: esa máxima se cumple, con minuciosidad, en Rafael Alberti, lo que explica la magnitud oceánica (la elección y polisemia del término, como habrán deducido, no es casual) de sus versos y la variedad temática abarcada, en correspondencia a un espíritu abierto, una inquietud multidisciplinar y una biografía surcada por continuos viajes (el viaje es siempre una búsqueda y la búsqueda es siempre la vida). Todo lo que Alberti sentía se elevaba al rango ontológico de poema, de modo que su existencia deviene en legado literario, un legado que el portuense, que atesoraba en el lenguaje su oxígeno, habría querido infinito: “Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, /que los años en mí no son hojas, son flores,/ que nunca soy pasado sino siempre futuro”.
Porque Alberti no es sólo el poeta del mar, su imagen más conocida, y también difundida, con coronar tan elevadas cimas Marinero en tierra u Ora marítima, ni tampoco es sólo el poeta del compromiso político con el comunismo, el desterrado, como reflejan De un momento a otro, Capital de la gloria, Vida bilingüe de un refugiado español en Francia, 13 bandas y 48 estrellas o La primavera de los pueblos; Alberti es también el poeta que se rinde a la pasión por el dibujo y el color, según denota A la pintura, un libro nunca suficientemente exaltado, un caballete de formidables malabarismos conceptuales, o Los ocho nombres de Picasso, ese diario de dos genios y el intelectual agradecido a quienes le acogen en su exilio (Baladas y canciones del Paraná, Canciones del alto valle del Aniene).
La obra albertiana, además, no podía dejar de referirse a las relaciones sentimentales y así atraviesa los tres grandes estados: el rechazo, desengaño del que nace Sobre los ángeles, (“Ni sol, luna, ni estrellas/ ni el repentino verde/ del rayo y el relámpago,/ ni el aire. Sólo nieblas”), la relación contradictoria en la que “Ya no quisiera más verte en la vida/ aunque te quiero ver a cada instante” (Amor en vilo) y la plácida correspondencia sentimental, como muestran poemas del monumento a la nostalgia que constituye Retornos de lo vivo lejano (“Porque habías, al fin, aparecido”, evoca el momento en el que conoció a María Teresa León) o, más tarde, Canciones para Altair (“Tú a todos los apagas, Altair, con tu brillo/ temblor irresistible, capaz de derramarse/ bañando los ansiosos labios del universo”, le inspira María Asunción Mateo).
El poeta es también el padre que canta a su hija en composiciones de Pleamar (“Para ti, niña Aitana,/ remontando los ríos, este ramo de agua./ De agua dulce, ramito, que no de agua salada”) o de Poemas de Punta del Este y el ser humano que se rebela contra el inexorable paso del tiempo en Versos sueltos de cada día.

SU TALENTO BRILLA POR ENCIMA DE TEMÁTICAS Y ESTRUCTURAS
Transgresor de tantos convencionalismos (incluidos los académicos, alcanzando el grado de doctor honoris causa por varias universidades cuando no había aprobado cuarto de bachillerato, algo que sólo se puede conseguir desde la más excelsa singularidad), Alberti fue, como gustó de definirse, un “poeta en la calle” (así tituló, de hecho, uno de sus libros), un autor que se negó a que su obra se limitara al intrínseco formato del papel, de manera que los versos encontraron en su voz, en su personalísima forma de recitar, la mejor caja de resonancia (“Y perdonen si prefiero/ ser poeta aleluyero/ a aquellos tan inspirados/ que al fin se mueren sentados”). Esa presencia refleja, en muchísimas ocasiones, su ferviente compromiso comunista, según se observa, por ejemplo, en “Nuevas coplas de Juan Panadero”, donde escribe “Pon tu voto a trabajar:/ Vota al PCE, y voto a voto/ lo harás más grande que el mar”, un volumen donde no duda en responder, con ironía insuperable, a aquellos que lamentaban su férreo componente ideológico (“¡Pobre poeta perdido!/ Pasar de Sobre los ángeles/ a coplero del Partido!”).
Con esa difícil facilidad que caracteriza a los grandes, supo acometer estructuras gongorinas y romances populares, ceñirse a la métrica con ortodoxa aplicación (su virtuosismo sonetista, probablemente no abordado con la justicia que requiere, resulta innegable, así como el donaire con que se desenvuelve en las asonancias) o lanzarse a pergeñar vocablos de cosecha propia en el más anárquico verso libre, ensalzar con brillantes y denostar con saña.
Alberti fue un poeta cuya relación con Cádiz no se circunscribe únicamente al paisaje marino o a la luz inmarcesible: la gracia típicamente gaditana impregna varias de sus piezas, ese peculiar sentido del humor cuya honda filosofía vital sólo pueden entender quienes han tenido la dicha de nacer, o de vivir, en esta tierra y de la cual hay evidencias especialmente significativas en sus últimos años, aunque ya mucho antes se destila en su reconocimiento al cine (Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos), en invectivas contra Franco, Hitler, Mussolini o la Iglesia de aquel tiempo o en Roma, peligro para caminantes.

SU VITALISMO ANHELÓ LA INMORTALIDAD, SU OBRA LO HACE ETERNO
Alberti transitó por los versos con la naturalidad de quien lo hace por un sendero carente de secretos, fue un poeta “arrebatado por las letras” que mereció el Nobel: el 29 de Octubre de 1.999, un día después del fallecimiento del portuense más universal de todos los tiempos, Manuel Vázquez Montalbán publicaba en “El País” que “El gran poeta pagó el precio de un intento de rebajarle en el mercado de lo selecto que tuvo, entre otros efectos, que no se le diera el Nobel y sí se le diera a Aleixandre, como un recurso que ni Alberti ni Aleixandre se merecían(…)”.
Rafael Alberti Merello, uno de los grandes miembros de esa fiesta de la palabra que supuso la generación del 27, fue un poeta que consiguió su objetivo de que su canto nos acompañe “más allá de las edades” y que alcanzó el más alto rango, el que siempre deseó, ser palabra del mar, verso, azul y blanco, de las olas, un poeta cuyo vitalismo anheló la inmortalidad y cuya obra terminaría por convertirlo en eterno.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz, suplemento especial con motivo del décimo aniversario del fallecimiento de Alberti
28 de Octubre de 2009

Comentarios

Entradas populares